13 noviembre, 2007

La biblioteca del naufrago

A raiz de lo publicado sobre Tomás Sánchez Santiago, me preguntaba N. qué diez libros llevaría conmigo a una isla desierta. Supe muy rápido cuáles eran los 4 o 5 primeros, y en los próximos días trataré de completar la lista...

1.- Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Creo que ya he contado alguna vez que descubrí Los detectives salvajes por casualidad, buscando algo completamente diferente. Fue en la Biblioteca Pública de León, y yo buscaba alguna novela con la que hacer más entretenido un fin de semana que se presentaba de lo más soso; animado quizá por el buen recuerdo de "No pidas sardina fuera de temporada" o de cualquier otra de las historias de detectives que me habían cautivado hasta entonces, busqué "detective" primero y "detectives" después... Y allí estaba, "Los detectives salvajes", que prometía ser un relato descarnado de aventuras trepidantes protagonizado por dos (o más) tipos duros. En su lugar me topé con Arturo Belano y Ulises Lima, dos poetas con vocación de malditos que juegan a detectives literarios. Disfruté de la lectura de Los detectives salvajes como lo hacía cuando era pequeño, abandonado por completo a la historia y perdiendo muchas veces la noción del tiempo. He releído Los detectives salvajes en al menos dos ocasiones, y volveré a hacerlo no tardando mucho.

2.- 2666, de Roberto Bolaño. Seguí la pista de 2666 durante varios años, siempre atento a los rumores que hablaban de la gran novela en la que trabajaba Bolaño. Con la muerte del escritor comenzaron las especulaciones: tan pronto estábamos ante 5 novelas como ante una sola... Al final había algo de cierto en todas las versiones que fueron circulando sobre el libro, y poco después de su publicación me lo regalaron (ventajas de tener buenos amigos). Lo leí prácticamente del tirón, que es mucho leer para 1125 páginas, y desde entonces lo releo sin descanso, abriendo la novela por una página al azar y disfrutando de los mil y un detalles que hacen de esta la mejor novela que he leído hasta la fecha.

"- Desconfío de la gente que come siguiendo un libro de recetas - dijo el desconocido.
- ¿Y en quién confía usted? - le preguntó Morini.
- En la gente que come cuando tiene hambre, supongo - dijo el desconocido."


3.- Cristo versus Arizona, de Camino José Cela. Fue una de las primeras novelas que consiguió hacerme reir a carcajadas. Aunque muchos críticos se refieran a Cristo versus Arizona de forma despectiva considerando que se trata de un simple experimento del último Nobel de Literatura español, yo creo que estamos ante una demostración de la versatilidad de un Cela al que se menospreció y se quiso encasillar desde posiciones casi siempre ajenas a lo literario.

4.- Rayuela, de Julio Cortázar. Lo cierto es que de Cortázar podría llevarme las Obras Completas, desde La vuelta al día en 80 mundos hasta Un tal Lucas pasando por cualquiera de sus volúmenes de relatos o Historias de cronopios y de famas. Elijo Rayuela quizá porque es la más original (y eso es mucho decir hablando de Cortázar) y porque tuve la suerte de leer la edición crítica de Cátedra, que me permitió disfrutar con intensidad de cada página. Lo cierto es que no había prestado apenas atención a las ediciones críticas hasta que llegué a Rayuela; desde entonces he aprendido a valorarlas, especialmente a la hora de enfrentarse a un escritor desconocido.

5.- La conjura de los necios, de John K Toole. No recuerdo ni cómo ni cuándo oí hablar por primera vez de La conjura de los necios, pero supe desde el primer momento que me iba a gustar. He leído que es una novela para leer a los 20 años, aunque yo tengo la impresión de que se trata de una novela imprescindible en una isla desierta, independientemente de la edad del náufrago. Ignatius J. Reilly, el protagonista, es en cierto modo un náufrago en una Nueva Orleans de alguna manera desierta. De esta novela me fascinan de manera muy particular los diálogos, deliciosamente delirantes:

"El señor González escuchó el rumor lento y pesado de los pasos del señor Reilly por las escaleras. La puerta se abrió de golpe y apareció el maravilloso Ignatius J. Reilly, con una bufanda lisa, larga como un chal, enrollada al cuello, con un extremo embutido en el abrigo.

- Buenos días, señor - dijo majestuosamente.

- Buenos días - dijo encantado el señor González -. ¿Ha tenido usted un buen viaje hasta aquí?

- Solo aceptable. Sospecho que el taxista era un corredor latente. Tuve que ir todo el camino advirtiéndole. De hecho, nos separamos con cierta hostilidad por ambas partes. ¿Dónde está nuestro pequeño miembro femenino esta mañana?

- Tuve que mandarla a casa. Se presentó a trabajar en camisón.

Ignatius frunció el ceño y dijo:

- No entiendo por qué tuvo que mandarla de nuevo a casa. En realidad, aquí no hay ninguna etiqueta. Somos una gran familia. Espero que no le haya producido con ello ningún daño moral - llenó un vaso de agua en el refrigerador, para regar sus judías -. No debe sorprenderse si me ve aparecer a mi una mañana en camisón. Tengo uno muy cómodo."


Si, a mi también me sorprende no encontrar por ahora a Borges, pero estará presente en la segunda parte...

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