Historias para no dormir.
No, no soy Chicho Ibáñez Serrador, pero eso es lo de menos... Lo importante es lo que estáis a punto de leer: un relato escalofriante de algo que sucedió anoche. No voy a hablaros de hombres-lobo, de vampiros, de fantasmas ni de engendros por el estilo; no. Lo escalofriante de esta historia es que la protagonizan personas reales (la protagonizamos personas reales para hablar con propiedad).
Todo sucedió ayer por la noche, en el piso que comparto con dos chicos y una chica. Debí intuir que iba a ocurrirnos algo extraordinario cuando comprobé que estábamos los 4 en el piso, algo que se da muy de vez en cuando pero que hasta anoche no había tenido más consecuencias que algún que otro susto en forma de plomos que saltan (eso de que se apaque la luz del un baño interior cuando estás en la ducha, la verdad, no tiene ni puta gracia...). En fin, que ayer estábamos ahí los 4 y de algún modo terminamos reunidos en la cocina, dispuestos a limpiar la nevera (congelador incluido), el horno y la despensa... No quiero abrumar a nadie con detalles innecesarios, así que vamos rapidito:
- en el horno había sartenes viejas que quedaron TODA la noche en remojo; la grasa NO salía por la mañana; de esas mismas sartenes sacamos dos tarros de aceite usado con grumos.
- el congelador estaba lleno a rebosar; después de vaciarlo a conciencia y hacer una pequeña limpieza encontramos una bolsa de verduras precocinadas caducada de mayo de este 2005, y varias bolsas de congelar con carne que datamos, así a ojo, en el Pleistoceno. Después de descongelarlo comprobamos que nuestra comida apenas ocupaba la parte de arriba; el resto del espacio lo ocupaban los restos de alguna forma de vida que ocupó antes ese piso y la escarcha de los laterales de dos y hasta 3 centímetros de grosor en algunos puntos.
- en la despensa encontramos, entre otros bichos, una araña muy rara que mi compañera de piso capturó, guardó y mató (estudia Biología la chica); en la estantería de arriba, detrás de algunos cacharros viejos (e inservibles) había un tarro de habas con un líquido amarillento de aspecto sumamente desagradable; sumergida en ese líquido había una estrella de mar. Según nos contó el veterano, en el piso vivió un asturiano que estudiaba Veterinaria, y esa estrella bien podría haber sido suya.
En fin, la de anoche fue una velada entretenida... Íbamos a freir la estrella de mar, más que nada por curiosidad, pero temíamos que los gases del tarro pudieran volar el edificio entero. Entre cacharros viejos y otra serie de objetos de lo más variopinto que aparecieron por allí bajamos 3 bolsas de basura (de las grandes). Y lo más curioso es que nos lo pasamos como enanos. Este año me va a gustar el piso, lo presiento.
18 agosto, 2005
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