23 abril, 2005

Más vale tarde que nunca, ¿no?

Es mi deber informar al mundo de una triste noticia: Karol Wojtyla, popularmente conocido como Juan Pablo II, fallecía hace unos días en Roma, aquejado de los males propios de su avanzada edad. Máximo exponente del estajanovismo en esta sociedad nuestra tan dada al ocio, su vacante ha sido ocupada por el alemán Joseph Ratzinger, de 78 años de edad. A la vista de los acontecimientos, el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (¿sigue llamándose así?) aprobará en unas semanas la ampliación de la edad de jubilación, que pasará de los 65 a los 75 años (y sin anestesia, oiga).

La Iglesia Católica no se distingue por la juventud de sus dirigentes, y este es uno de los principales males de una institución milenaria que ha dado evidentes síntomas de agotamiento en la Europa de los Beckham, Bono (el de U2, no el ministro) y demás ídolos de masas (y a veces líderes de opinión) que rara vez sobrepasan los 40 años, y en muy contadas ocasiones los 50. Lo más curioso es que no dejan de sucederse los ataques a esta suerte de gerontocracia; unos ataques dirigidos tanto a su pasado (Inquisición), como a su presente (oposición frontal al preservativo, al aborto y a las uniones homosexuales, entre otros). Pero el problema no es de imagen, el ejemplo más evidente es la transformación del asesino de masas Ernesto "Che" Guevara en un ídolo de masas. El problema es de liderazgo: la Iglesia necesita un líder joven (que no imberbe), mediático, con carisma... Alguien en torno a la treintena, preferentemente atractivo, mundialmente conocido y que encarne una serie de valores en declive. Lo han adivinado, es la hora de...

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