30 abril, 2005

Miscelánea.

Se acumulan los acontecimientos, y uno no sabe muy bien qué criterio seguir a la hora de optar por unos hechos en detrimento de otros... Algo así comentaba hace escasas fechas el ínclito Alfredo Martín-Górriz a propósito de los momentos históricos. Resumiendo: hoy voy a hablar de casi todo, como casi nunca.

Comenzaré con una serie de lecturas en las que anduve o ando enfrascado estos días... Estoy pensando, por ejemplo, en Así se fundó Carnaby Street, de Leopoldo María Panero, una coleccioncilla de breves escenas que rebosan erudición, buen gusto y sentido del humor. Creo que en mi anterior lectura no me resultó tan grato; supongo que el maldito de los Panero requiere (exige) algo más que una lectura rápida, algo más que unas nociones acerca de lo que viene a querer decir una letra colocada justo después de otra. No había terminado con esta obrita (por su extensión), y andaba ya asomando la nariz al Tablero de Dirección de Rayuela, una de esas novelas que uno nunca se cansa de leer (de acuerdo, esta es solo la segunda vez que la leo). La incontinencia verbal de Cortázar alcanza aquí su máxima expresión, y en sus páginas se concentran escenas memorables de vida hecha literatura y de literatura hecha vida (Morelli, Morelli...). Lo que no cambia es la fascinación por 2666; veo a Benno von Archimboldi en cada esquina del París de Rayuela sabiendo que no pudo estar allí, y no dejo de preguntarme por qué Oliveira me recuerda tanto a Amalfitano si no tienen nada en común. La culpa es, a buen seguro, de Roberto, de Don Roberto Bolaño. Y los platos rotos los paga Julio Llamazares; entre mis adquisiciones en la Feria del Libro se cuenta El cielo de Madrid; llegó a mis manos avalada por La lluvia amarilla, pero hacerse un hueco entre Cortázar, Bolaño y Panero le está costando horrores; si a eso le añadimos que no me gustan demasiado los relatos en primera persona (se salva el maestro Borges) y que las cuestiones que plantea la novela de una forma tan simple como artificial se tratan magistralmente en Los detectives salvajes, no será difícil comprender que me cueste avanzar... Prometo darle otra oportunidad. Termino este humilde ejercicio de pedantería con un enlace al capítulo 5 de Rayuela, que amén de breve, cuenta con un gancho tan eficaz como el sexo para llamar la atención de virtuales lectores (es inevitable enlazar también el capítulo 68, paradigmático del llamado glíglico).

Me he extendido algo más de lo previsto, así que apuntaré brevemente otros asuntos que trataré con más detenimiento el día menos pensado...

Tengo que hablar (llueve sobre mojado) de Rafa Guerrero, el juez de línea más famoso de España. Tengo que dedicar la atención que se merece a la Final de la Recopa de Europa de balonmano que disputarán el ADEMAR y el RK Zagreb croata; los Juanín, Metlicic, Vatne, Kjelling, Curuvija y compañía están ante una oportunidad única. Riley Keough y Jade Foret volverán a pasearse por mi teclado, la actualidad manda. He de hablar de la visita de Zapatero a León, de sus luces y de sus sombras. Volveré a hablar del inagotable MUSAC, de Torrelavega (¿tan feas son las naturales de esa zona?), de María Valverde y del rodaje en el que está inmersa (creo que tengo por ahí unas fotos). También habrá hueco para el leonesismo, que escenifica en unos días una ruptura que se anuncia traumática. En fin, que lo que hoy he hecho ha sido un ejercicio de lectoterapia inversa adornado con una estafa a modo de gancho... Y es que me da igual lo que busquéis al llegar aquí, pero sé muy bien lo que quiero que hagáis después: ¡¡leed, leed, malditos!!.

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