12 enero, 2006

Homo legens.

Tengo que hablar, no hay más remedio, de Francisco Umbral. Estos días estoy leyendo Mortal y rosa, una especie de novela (hablo del formato). El caso es que Umbral entró, más o menos desde la página 27, en el selecto club de mis escritores favoritos...

El primero fue Camilo José Cela, del que no he leído gran cosa. Me bastó con La colmena, La familia de Pascual Duarte y Cristo versus Arizona. La tercera es, creo, la mejor; solo tiene un punto, el final; un torrente verbal inunda sus más de 200 páginas dando forma, por erosión, a un Universo único. Pero Cela me pilló en mal momento, y hubo otros autores (entre malos e infumables) que ocuparon mi tiempo... Cuando quise volver a él era tarde; Borges y Cortázar se disponían a ocupar su trono.

Quizá lo más curioso de Jorge Luis Borges y de Julio Cortázar es que nunca sabré a cuál leí primero; para mi son autores gemelos. Del primero me gusta la minuciosa meticulosidad con que prepara sus relatos; del segundo me gusta su abuso del absurdo, su pasión por el juego, la joie de vivre que se palpa en sus páginas. Leyendo a Borges uno se siente Teseo; apenas un hilo que hay que intuir entre los nervios y la oscuridad puede devolvernos a la luz si vencemos en un enfrentamiento desigual. Borges es el hilo, el Minotauro y el padre de Teseo; Borges es también el laberinto, es la luz y es la oscuridad. Uno no lee a Borges; es Borges el que nos lee a través de sus palabras, es Borges el que se adentra en nosotros, es Borges el que nos escribe y es su relato el que nos conoce, el que nos desentraña.

Cortázar es distinto, escribe distinto, se deja leer de otra forma; pero los resultados son muy parecidos. Leyendo a Cortázar uno vuelve a ser niño. Cortázar tiene una facilidad inexplicable para convertir a sus lectores en niños; y si leemos en Mateo 18,3: "Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos", uno llega a pensar que hay que leer a Cortázar para ganarse el cielo, porque solo leyendo a Cortázar me siento niño otra vez. Después de leer a Cortázar uno ve el mundo con los ojos del Principito, y vuelve a la vida real con la sensación de tener un mundo por descubrir a la vuelta de cada esquina.

Y en esas estaba cuando me crucé con Bolaño, Roberto Bolaño. Estaba en la biblioteca, y quería leer algo distinto. Busqué "detective" en el catálogo, y allí estaban Los detectives salvajes. Con 19 años no tenía más remedio que leerla. Leer a Borges y a Cortázar es como comerse un bombón. Leer a Bolaño es como comerse un cocido maragato y repetir. Con Bolaño recuperé el gusto por la narración sostenida que había dejado un tanto abandonado al "olvidar" a Cela. Con Bolaño dejé de ser un lector a tiempo parcial para volver a ser el lector a tiempo completo que fui. Con Bolaño aprendí a leer a los 19 años. El resto ya lo he contado... Juan García Madero, Arturo Belano y Ulises Lima dejaron paso a los Archimboldi, Pelletier, Norton, Morini, Espinoza... 2666. Dos novelas hermanas; mis dos novelas favoritas.

Y cuando uno creía haberlo leído todo aparece Umbral. Mortal y rosa. Alguien me habló de la novela estas navidades. El trato era que yo la leía y Alguien leía algo de Bolaño. No sé cuándo volveré a cruzarme con Alguien, pero espero que haya disfrutado de Bolaño como estoy disfrutando yo con Umbral.

Y en dos semanas, los exámenes.

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